El Txupinazo de Sanfermin
El estallido del cohete el 6 de julio a las 12.00 del mediodía es la señal de inicio para nueve jornadas de juerga sin interrupción
Poco antes de las doce, alcalde o alcaldesa y concejales salen al balcón del Ayuntamiento. Abajo, en la plaza, miles de personas llevan horas esperando el momento; el ansia colectiva va subiendo grados a medida que se acercan las doce. Se descorchan cientos de botellas de champán, repartiéndolo a partes iguales entre el estómago y la ropa del personal. Calor infernal. No cabe un alfiler. Cuando quien se encarga de del disparo se acerca al cohete, hay un rugido general del populacho: cantos, gritos, silbidos, palabrotas y, también, quejidos de algún que otro pisoteado. Con el estruendo apenas se puede oír el grito ritual: "¡Pamploneses, Viva San Fermín, Gora San Fermin!".
Y entonces hay una especie de ataque de locura colectiva, y toda la ciudad da un vuelco en un instante: empieza el desmadre general y una borrachera colectiva matutina digna de verse. La fiesta dura desde el mismo día 6 al 14 de julio. Es costumbre llevar el pañuelo anudado a la muñeca o guardado en el bolsillo hasta que el txupinazo inaugura la fiesta. Después la costumbre invita a ponérselo donde a uno le venga en gana. Y es que tras el ruido de la pólvora, en pocas horas la cosa se pone dantesca y uno se pierde en los laberintos del alcohol y de los encuentros. Es un gran comienzo.
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